Aún confío en que algún día puedas quieras leerme, desde
dondequiera que estés ahora. Y comprenderás que todas estas parrafadas, que de
alguna manera o de otra te pertenecen, no son más que una salida de emergencia:
un vano intento de volver a colarme en tu existencia para poder acariciarte
desde la distancia. Ahora no somos más que dos silencios incómodos y ese eco
infinito que aún tiene tu voz, tu sonrisa y tu presencia. Todos mis silencios
me acaban hablando de ti. El tiempo se ha encargado de crear muros muy altos
sin ventanas para hacer que todo duela menos, pero en mi cabeza no pasan los
años: seguimos siendo esos dos adolescentes que lo apostaron todo al color
equivocado y acabaron jugando a autodestruirse: el accidente más trágico y
hermoso de nuestras vidas. Al menos es el último recuerdo de la última vez que
estuve realmente vivo. ¿Acaso fuimos algo más que una bonita casualidad? Quiero
pensar que sí, pero que coincidimos en el momento equivocado. Es la única explicación
que me mantiene con vida. La última esperanza a la que agarrarme. Y quién
sabe, quizás algún día puedas perdonarme por no ser todo eso que esperabas de
mí. Yo me enamoré de un imposible y tú de un completo desastre. La diferencia
es que tú escapaste y yo me quedé a vivir con la catástrofe.
Demasiado tiempo comprimiendo sentimientos que un día acabarán
estallando si nadie viene a salvarme. Demasiado tiempo haciéndome las mismas
preguntas, saboreando la odiosa realidad e inventando lugares mejores. Últimamente
todo escuece más que de costumbre. Será que se acerca el invierno.
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