sábado, 26 de octubre de 2013

Caer con estilo

Dicen que la mirada es el espejo del alma, aunque a veces las ojeras también saben hablar del interior de las personas. ¿Os habéis fijado en las mías? Es en ellas donde guardo mi colección privada de noches de insomnio. La poesía no nace de espíritus alegres. Aquí, mientras tanto, los recuerdos se van difuminando poco a poco, cogiendo polvo, adquiriendo esos tonos grises que tanto se parecen a algunas tardes de invierno. Y así van pasando los días y las semanas, pero mi cama sigue siendo la misma. Igual de desastrada que el día en que te fuiste, solo que hace mucho tiempo que ya no huele a ti. Supongo que los que os hayáis enamorado alguna vez entenderéis lo que digo. Y no hablo de cualquier aventura pasajera: me refiero a cuando os enamorasteis de verdad. Cuando los atardeceres de otoño dejaron de ser solo atardeceres para convertirse en una de las cosas más bonitas y perfectas del mundo. 

¿Sabéis? Ha pasado el tiempo, y quizás ya no recuerde con claridad muchas de las cosas de entonces, pero podría hablaros de cada una de aquellas puestas de sol a su lado: os aseguro que no había ninguna capaz de eclipsar su presencia. Pero hasta en los mejores atardeceres acaba haciéndose de noche: así de mal nos trata la vida. Nadie te dice que la distancia y el olvido acaban siendo una misma cosa. Nadie te avisa de que jamás podrás salir vivo sin llevarte alguna que otra cicatriz de recuerdo. Ni que en el amor no todo es aprender a volar: también es aprender a caer con estilo cuando un buen día te acaban cortando las alas. Y cuando caigas, cuando te rompas, ¿quién podrá salvarte? Hoy la herida es fea, pero el día que se cierre llevará escrito tu nombre. Y solo por eso, será la cicatriz más hermosa de todas.

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