jueves, 3 de octubre de 2013

Frágiles

Por alguna extraña razón, cada vez que suena el teléfono una pequeña parte de mí sigue esperando que seas tú. Sigue deseando descolgarlo y mantener esos eternos segundos de silencio cómplice, en el que no nos decíamos nada y nos lo decíamos todo. En los que sonreíamos, narcotizados, en ese juego de dos en el que ninguno deseaba terminar la llamada que nos mantenía enchufados a la vida. Y no me refiero a esa vida de papeles, caras largas y días grises, sino a esa otra que nos rescata, que nos salva. Donde los días son largos, pero las noches muy cortas.

Entonces padecemos de insomnio; pero no necesitamos ni beber para olvidar ni drogarnos para dormir. Nos zambullimos en ojalás y en finales felices en los que, a pesar de no existir, seguimos creyendo ciegamente porque nos hacen olvidar ese rincón de polvo en el que guardamos nuestros "juntos para siempre" en forma de fotografía. Pero inevitablemente, siempre acabamos volviendo a refugiarnos en ese sucio rincón. Y nos acurrucamos, mientras nos rodeamos las piernas con nuestros brazos sin dejar de repetir lo que tantas veces nos hemos prometido: "nunca más".

Y es triste, porque un día vuelven las mariposas y el vértigo. La chispa de la vida, que dirían algunos, aunque delgada es la línea que separa esa chispa de un fuego que, si bien calienta el alma, puede dejar hecho cenizas todo lo que encuentra a su paso. Y nos devoramos por dentro y llegan las dudas. Y maldecimos, y rabiamos. Y rompemos a llorar. Mejor dicho, nos rompemos al llorar. Nos hacemos añicos tan pequeños que cuando intentamos arreglarnos, siempre acabamos perdiendo alguno de los trozos. 

Y ya nada vuelve a ser como antes.

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