Nunca
había creído seriamente en los deseos. Y sin embargo, parecía como si al resto
del mundo le encantase pedirlos: a las estrellas fugaces, a las tartas de
cumpleaños...no sé, es como si al apagarse las velas fuese a venir esa persona
que debería llenar nuestra vida de colores. O como si esos fragmentos cósmicos
nos fuesen a devolver a ese alguien que un día se marchó muy lejos pero que, en
realidad, nunca se fue a ninguna parte. Y es que algunos recuerdos separan
tanto o más que cualquier kilómetro, y hay fotografías que hieren como
cuchillos envenenados. Y no hace falta que os explique lo que se siente cuando
alguien que iluminaba con luz propia vuestras vidas pasa a brillar, pero por su
ausencia. Entonces
intentamos aprender a maquillarnos y a parecer fuertes por fuera, aunque
estemos sangrando por dentro, porque nadie en el mundo merece que le privemos
de nuestra sonrisa. Y al final, a lo único que aprendemos es a vivir vestidos
de orgullo e, inevitablemente, a acabar muriendo de soledad.
Ciertamente, nunca había creído seriamente en los deseos...ni en los milagros. Hasta el día en que la conocí. Y comprendí que los deseos, al igual que las estrellas, también son fugaces y efímeros. Tanto que, si te distraes unos segundos, desaparecen y ya nunca vuelven, por mucho que las sigamos esperando. ¿Será por eso que a la inspiración le encanta visitarme por las noches, rodeado de estrellas? Sé que en una entre tantas, ella todavía sigue brillando, aunque ya no sea para mí.
Ciertamente, nunca había creído seriamente en los deseos...ni en los milagros. Hasta el día en que la conocí. Y comprendí que los deseos, al igual que las estrellas, también son fugaces y efímeros. Tanto que, si te distraes unos segundos, desaparecen y ya nunca vuelven, por mucho que las sigamos esperando. ¿Será por eso que a la inspiración le encanta visitarme por las noches, rodeado de estrellas? Sé que en una entre tantas, ella todavía sigue brillando, aunque ya no sea para mí.
Y
vosotros, ¿creéis en los deseos? A veces, cuesta no hacerlo.
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