sábado, 12 de octubre de 2013

Estrellas fugaces.

Nunca había creído seriamente en los deseos. Y sin embargo, parecía como si al resto del mundo le encantase pedirlos: a las estrellas fugaces, a las tartas de cumpleaños...no sé, es como si al apagarse las velas fuese a venir esa persona que debería llenar nuestra vida de colores. O como si esos fragmentos cósmicos nos fuesen a devolver a ese alguien que un día se marchó muy lejos pero que, en realidad, nunca se fue a ninguna parte. Y es que algunos recuerdos separan tanto o más que cualquier kilómetro, y hay fotografías que hieren como cuchillos envenenados. Y no hace falta que os explique lo que se siente cuando alguien que iluminaba con luz propia vuestras vidas pasa a brillar, pero por su ausencia. Entonces intentamos aprender a maquillarnos y a parecer fuertes por fuera, aunque estemos sangrando por dentro, porque nadie en el mundo merece que le privemos de nuestra sonrisa. Y al final, a lo único que aprendemos es a vivir vestidos de orgullo e, inevitablemente, a acabar muriendo de soledad.

Ciertamente, nunca había creído seriamente en los deseos...ni en los milagros. Hasta el día en que la conocí. Y comprendí que los deseos, al igual que las estrellas, también son fugaces y efímeros. Tanto que, si te distraes unos segundos, desaparecen y ya nunca vuelven, por mucho que las sigamos esperando. ¿Será por eso que a la inspiración le encanta visitarme por las noches, rodeado de estrellas? Sé que en una entre tantas, ella todavía sigue brillando, aunque ya no sea para mí.


Y vosotros, ¿creéis en los deseos? A veces, cuesta no hacerlo.

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