Tengo miedo a los recuerdos. A que me atrapen mientras intento escapar de
ellos. A los "¿por qué?" sin respuesta. A los días de lluvia, que son
grises, pero especialmente a esos días en los que llueve por dentro. Tengo
miedo a las paredes que gritan y a los espejos que acusan. A la soledad cuando abraza y te
ahoga. A las miradas que, si se cruzan y no devuelven la sonrisa, pueden
estropearlo todo. Miedo al abismo, al precipicio. A caer por él y no poder
levantarme porque nunca llega el fondo. Miedo a esperar. A que mis murallas se
derrumben como si fuesen castillos de arena. A que pase el tiempo, a que pasen
las nubes y que no pase nada. A que se nos pase la noche, y sin darnos cuenta,
se nos pase la vida. Temo a esos palmos que nos separan. A los trenes que se
van y a esperar en la estación. A quedarnos a mitad del camino y darnos la
vuelta sin decir adiós. A esos ojos preciosos que me sonríen, sin saber que
pueden destruir un mundo débil, lleno de parches y remiendos. A las noches de
insomnio en las que acabo soñando contigo. A que tus defectos se conviertan en
la cosa más maravillosa del universo. Y además, asusta que ya no me duelas. Que
la cicatriz se cierre y me pase la vida mirándola con indiferencia. A que ni
tan siquiera seas un recuerdo. A haber escrito todo esto sin pensar en ti. Y eso
si que es realmente terrible.
Pero sobre todo, me aterra tener preguntas para casi todo y no tener respuestas para casi nada. Aunque la vida es un poco así, supongo.
Pero sobre todo, me aterra tener preguntas para casi todo y no tener respuestas para casi nada. Aunque la vida es un poco así, supongo.
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