lunes, 28 de octubre de 2013

"Tenemos que hablar"

Y cuando desperté del sueño, ya era demasiado tarde. Me di cuenta desde el primer día en que te dejaron de brillar los ojos cuando me mirabas; desde que dejaste de correr hacia mí para abrazarme cuando nos encontrábamos. Y tu sonrisa, que era lo único que me mantenía con vida, empezó a llegar con cuentagotas hasta convertirse en una mera anécdota. Derrochamos la magia: nos prometimos que sería para siempre y acabamos pidiendo la hora. 

"Cariño, tenemos que hablar" La crónica de una muerte anunciada. Y mientras hablabas, ni tú ni yo éramos los mismos. Cada palabra caía como un martillazo sobre mi alma, enviándome a miles de kilómetros de ti, de nosotros. La nostalgia me apretaba el cuello, y pese a que prometí ser el más fuerte de los dos, aquel día me derrumbé por completo. No pude evitar sentir que las cosas habían cambiado, que la felicidad también tenía letra pequeña. Seguramente seríamos más felices si aceptásemos que muchas historias terminan, a veces, sin que nada tenga mucho sentido. Pero, ¿cómo vamos a aceptar que hemos perdido algo tan grande en tan poco tiempo? Y aunque nos digan que debemos salir adelante y avanzar, ¿adónde vamos? Ahora ya no hay un camino marcado. Ni siquiera una señal que me diga a dónde demonios se supone que tengo que ir. Cuando paseas solo bajo la lluvia, todas las calles son igual de grandes y grises. Me siento tremendamente pequeño. Perdido en un mundo que ya no es el mío.

1 comentario: