Aquel
día llovía. Y en algún lugar, un reloj marcaba, de forma implacable, el paso de
las horas. Alguien volvía a llegar tarde al otro lado de la calle. "Ella
vendrá", me dije. Aunque fuese importante para mí, en esa ocasión no me
arreglé mucho: la perspectiva de empapar la ropa bonita nunca me ha atraído lo
más mínimo. Abrí la puerta principal y, de inmediato, sentí la fina llovizna
sobre mi rostro. Mojándome, mezclándose con el sudor, diluyéndolo todo: el
miedo, la rabia, el dolor. Recuerdo que aquella fue una de las sensaciones más
placenteras de mi vida. Y cuando parecía que nada podría romper la magia del
momento, apareció ella. Única e inconfundible. Era una de esas personas capaces de
brillar con luz propia y eclipsar todo lo que tienen a su alrededor. Y por un
momento, fue como si dejase de llover.
Nuestras
miradas se cruzaron unos segundos que duraron una eternidad, como unos
trescientos años. Veréis, no estoy acostumbrado a que me apunten con una
mirada, y menos con unos ojos tan peculiares como los suyos. Esa clase de ojos
que hacen que un hombre empiece a decir estupideces. Y allí estaba yo,
mirándolos. Error. Demasiado tarde. Supongo que enamorarse de quien no debes
tiene que ser algo parecido a que te disparen. O al menos, acaba siendo una
forma bonita y cruel de morir. "No cambies nunca", me dijo. Y desapareció
dejándome, de nuevo, solo y calado hasta los huesos, con la lluvia de noviembre
como única compañera.
“Nothing lasts forever, and we both know hearts
can change.”
Enhorabuena por tener esa sensibilidad ;)
ResponderEliminar¡Gracias Paula! Hacía mucho que quería escribir algo relacionado con esta canción... :)
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