domingo, 20 de octubre de 2013

November rain

Aquel día llovía. Y en algún lugar, un reloj marcaba, de forma implacable, el paso de las horas. Alguien volvía a llegar tarde al otro lado de la calle. "Ella vendrá", me dije. Aunque fuese importante para mí, en esa ocasión no me arreglé mucho: la perspectiva de empapar la ropa bonita nunca me ha atraído lo más mínimo. Abrí la puerta principal y, de inmediato, sentí la fina llovizna sobre mi rostro. Mojándome, mezclándose con el sudor, diluyéndolo todo: el miedo, la rabia, el dolor. Recuerdo que aquella fue una de las sensaciones más placenteras de mi vida. Y cuando parecía que nada podría romper la magia del momento, apareció ella. Única e inconfundible. Era una de esas personas capaces de brillar con luz propia y eclipsar todo lo que tienen a su alrededor. Y por un momento, fue como si dejase de llover.

Nuestras miradas se cruzaron unos segundos que duraron una eternidad, como unos trescientos años. Veréis, no estoy acostumbrado a que me apunten con una mirada, y menos con unos ojos tan peculiares como los suyos. Esa clase de ojos que hacen que un hombre empiece a decir estupideces. Y allí estaba yo, mirándolos. Error. Demasiado tarde. Supongo que enamorarse de quien no debes tiene que ser algo parecido a que te disparen. O al menos, acaba siendo una forma bonita y cruel de morir. "No cambies nunca", me dijo. Y desapareció dejándome, de nuevo, solo y calado hasta los huesos, con la lluvia de noviembre como única compañera.


“Nothing lasts forever, and we both know hearts can change.”




2 comentarios:

  1. Enhorabuena por tener esa sensibilidad ;)

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    1. ¡Gracias Paula! Hacía mucho que quería escribir algo relacionado con esta canción... :)

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