¿Oyes eso? Es el sonido del
silencio: un simple eco que resuena en este cuerpo vacío. Y en lo más profundo,
alguien sigue jugando a no perder la esperanza. Supongo que es esa parte
masoquista de mi cabeza que nunca se muere del todo y espera, paciente, a que
llegue alguien por quien merezca la pena volver a sufrir. Alguien que vuelva a
convertir los centímetros en abismos, que pueda congelar el tiempo para que las
noches ya no duelan. Alguien que vuelva a hacerme soñar despierto, volar sin
despegar los pies del suelo, cantar en la ducha y reir hasta que duela.
Y esta vez sí, esta vez prometo
tener más cuidado. No en vano, he aprendido la lección a base de coleccionar heridas
que todavía nadie ha venido a curar. Porque he comprendido que todos
necesitamos ponerle un sentido a eso que llamamos vida; una razón para sonreír
por las mañanas y que parezca que no queramos huir muy lejos todos los días.
Huir, de forma cobarde, incapaces de correr más que los recuerdos que nos
persiguen y nos hacen daño. Porque no hiere la ausencia, sino ese vacío que
deja y que nos mata por dentro, consumiéndonos muy lentamente. Y al final,
terminaremos dando vueltas en la cama, mirando fotos antiguas y escuchando
viejas canciones, a ver si así nos duele todo un poco menos. Haciéndonos las
mismas preguntas de siempre, sin que venga nadie a responderlas. Nos damos
cuenta de que se nos ha pasado el tiempo, y que eso era lo peor que nos podía
pasar. ¿Nunca os habéis sentido así, con esa sensación de que no termináis de
pasar página? No sé, a veces creo que estoy tan fuera de lugar en este mundo
que siento que nunca entenderé nada de la vida. Ni del amor. Tal vez solo me
pase a mí, que sigo soñando con imposibles. Y es triste, pero también es
hermoso, a su manera.
Increíble...
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