Ella
era especial, porque creía que yo era especial. Porque me hacía creer que yo
era especial. Que era importante. Qué sé yo. El caso es que me lo terminé
creyendo, y esa fue mi perdición. Pudimos habernos quedado en una bonita
anécdota, en un paseo por el parque o una foto cualquiera un sábado por la
tarde. Sin duda, la vida habría seguido igual de gris y aburrida, pero sin que
todo quemase por dentro. Y por paradójico que parezca, aquellos días que más
duelen son los que me siguen sacando las mejores sonrisas. Recuerdo algo de lo
último que nos cantó Freddie Mercury antes de que su voz se apagase para
siempre: "Inside my heart is breaking, my make up may be flaking but my
smile still stays on". Así es un poco la vida: el truco está en aprender a
sobrevivir. Y a sonreír, porque al fin y al cabo, el mundo no tiene la culpa de
lo que nos pase por dentro.
Sé
que no vas a dejar de brillar en el centro de mi universo. También sé que,
probablemente, ahora tu luz esté haciendo tremendamente feliz a otra persona.
Que la gente aún se gira y murmura cuando me ve caminar solo: “¿qué habrá sido
de aquella chica que le hacía tan feliz?”. No es una larga historia.
Simplemente, ellos nunca lo entenderán. Lo nuestro, quiero decir. Así que
adelante, cariño. Dispara, que yo ya estoy muerto. Y lo que está muerto no
puede morir. Por primera vez, no tengo nada que perder. Sonrío. El show debe
continuar.
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