miércoles, 13 de agosto de 2014

Counting stars.

Recuerdo sus ojos: brillaban como diamantes. Eran esa clase de ojos en los que a uno le gustaría perderse para siempre. Porque sus ojos no tenían el color del mar, pero eran tan profundos como el propio océano. Recuerdo cuánto me gustaba mirarlos: eran de esos que te hacen sentir tremendamente pequeño. Es un sentimiento difícil de entender para los escépticos que todavía no creen en el amor a primera vista.

Ha pasado el tiempo, pero en las noches como esta, aún recuerdo sus ojos: recuerdo como chispeaban, traviesos, cada vez que la hacía reir, y lo triste que podía hacerme sentir cuando lloraba, como si le lloviese por dentro. Es increíble como algo tan grande, y a la vez tan pequeño, puede convertirse en el centro de nuestro universo. No es algo que elijamos: simplemente un día sucede, y ya está. Nadie te avisa de que ella es capaz de comerte la vida con esa sonrisa. Nadie te recuerda ese terrible epílogo del amor en el que todo se parece peligrosamente a esa sensación de vértigo de caer al vacío con los ojos vendados.



Esta noche el mar me volvió a hablar de ella, y las estrellas fugaces llevaban su nombre en su estela. Y mientras cruzaban el cielo infinito, solo podía pensar en si, por alguna remota casualidad, ella también estaría pensando en lo mismo que yo. Por desgracia, ya no creo en los milagros. Pero en noches como esta, sería bonito volver a hacerlo.




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