jueves, 8 de mayo de 2014

La soledad también se siente sola.

Llevo mucho tiempo intentando juntar estas letras con la esperanza de poder depositarlas algún día en el balcón de tus pupilas. Y que al leerlas comprendas que todos los textos que nunca te he escrito, de alguna forma, también hablaban de ti. Porque no hay nada más sincero e implacable que el silencio cómplice que esconde el papel en blanco, hambriento de historias y huérfano de versos, que nos impide gritar todo aquello que llevamos por dentro. Que nos ahoga y no nos deja respirar, mientras nos consumimos entre cuatro paredes con la esperanza de poder arrancar retazos de poesía a un sentimiento condenado a muerte. Muerte, tal vez por eso de que el amor cuando no muere mata, y amores que matan nunca mueren. Amores de esos que te hacen volver a creer en las personas hasta que la vida se encarga de volver a poner todo en su sitio mientras te rompe de nuevo en mitad del proceso. Algo funciona mal, pensamos. O a lo peor funciona mal todo. La misma vida, que no nos enseña a olvidar, pero sí a desaprender a marchas forzadas. A ser fuerte, quizás un poco demasiado tarde. O a ser valiente, al menos lo suficiente como para arriesgarlo todo una vez más por una persona que acabará marchándose sin decir adiós. Y es de ahí, precisamente, de donde surgen las estrofas más dolorosas, sí. Pero también las más hermosas. Porque la soledad, a veces, también se siente sola.


No hay comentarios:

Publicar un comentario